miércoles, 5 de diciembre de 2012

De papel el alma

Hoy que ya lo sé,que te he amado tanto, 
se rompe mi canto en la orilla opuesta a la que puse proa. 

Me cuesta alejarme de esa turbulencia, 
de ese desatino que fue mi vagar 
ungido a un destino que excelso creí y que fue casual. 

Un alma de papel es lo que necesito, 
un alma de papel y alambre. 
Un alma de papel es lo que necesito. 
Y espinas y malas hierbas 
que enciendan mi dormida carne. 

Petrificarme por lo que haya de venir, 
dar sin pedir,reír,llorar,reír. 
Dulcificarme por lo que pueda ser, 
a evaporarse aprender. 
Asaltar los cerrojos que encarcelan el alma. 
No acudir a citas en las que el corazón 
tenga que golpetear desganado. 

Un alma de papel es lo que necesito, 
un alma de papel y alambre. 
Un alma de papel es lo que necesito. 
Y espinas y malas hierbas 
que enciendan mi dormida carne. 
Un alma sin esquinas,eso necesito. 
Un alma de secuencias vanas. 
Un alma no surrecta es lo que necesito, 
y engaños y abalorios 
que deslumbren la desgana. 

Me cuesta saberme paria desahuciado, 
pez ultramarino de un fondo coral. 
Neptuno abatido 
que despanzurraste sin pestañear. 

Un alma de papel es lo que necesito, 
un alma de cordel y esparto. 
Un alma de papel es lo que necesito. 
Y botas de siete leguas 
que aviven mi dormido paso.

                                                                       Manolo García

sábado, 27 de octubre de 2012

¿Katarsis?

Después de haber tenido las puertas entreabiertas y del mismo modo la heridas,  hasta ahora sólo raspones en el alma, me he dado de bruces con el instante. Me he estampado contra el momento de cerrar las puertas y de abrir las heridas. Hasta hoy sólo había sentido un leve dolor, un humedecimiento de los ojos sin escape lagrimal.

Ha sido en un determinado momento de este día cuando he visto que la sangre empezaba a resbalar por la piel sana, descendiendo hacia el suelo, allá por donde he empezado a tener el ánimo esparcido. Aún recuerdo los portazos, que todavía resuenan en mis cavidades, espantando al corazón y atemorizando al cerebro.

Pero ése es el destino para el que he comprado el ticket y debo asumirlo, cuanto antes. Toda la brevedad con la que se produzca mi familiaridad con la situación será con la que llegue mi aprendizaje, la piedra angular de mis procesos y, por tanto, de la vida que me ocupa en este tiempo.

jueves, 18 de octubre de 2012

Katarsis

Quiero quemar muchas etapas, tantas como hagan falta para que nuestros cuerpos tiren de nosotros con destino al infinito. Y no sabes cómo lo quiero.

De momento, aquí empieza a oler a gasolina y la chispa adecuada está a punto de precipitar. Lo bueno es que al menos es invierno y la fogata será bien acogida por mi cuerpo, cada vez más elemental y desnudo.

lunes, 15 de octubre de 2012

Y hoy el cielo que anunciaba la tormenta galáctica ha dejado lluvia, meteoritos y ha amenazado con apagarme la estrella.
Pero he sobrevivido. Ahora sólo tengo que vivir, aun con la ropa un poco más mojada y el alma llena de cráteres.

domingo, 14 de octubre de 2012

Es el tiempo de las sangrías voluntarias. Es una necesidad fisiológica de dejar la sangre salir pausadamente, arrastrando toda la mierda que acumula y ha acumulado.

Es sumegirme en el error sabiendo que me estoy equivocando y sufrir por ello. Es ver cómo las situaciones en las que deseo meterme se vuelven en mi contra y me apalean el alma.

Es entregarme a la violencia de mis propios espíritus. Es ponerles una mejilla, la otra, un brazo, el cráneo y todos los centímetros de mi cuerpo para que desencadenen su ira libremente.

Es, más que nada, la necesidad de sufrirme para entender cómo me sufren los demás.

viernes, 12 de octubre de 2012

El castañero al que esclavicé en mi puesto de castañas tenía las manos tan maltrechas que apenas podría soportar el frío del invierno venidero a pie de calle.
Mi puesto, mis castañas... ¿Por qué no usé mis manos?

Ahora descansa, castañero. Al calor de esta lumbre, sólo puedo decirte que te invitaré a un té infinito, cuando consiga limpiar mi alma de todo el señorío ahí aposentado y que, como a ti, me ha hecho esclava de mí.

martes, 24 de julio de 2012

Hoy me resulta difícil poner orden y cordura al latido, pero redescubro y me recreo en mi libertad. Me maravilla retomar la idea de que cualquier cosa puedo hacer si yo lo decido. No sé si quiero salir hoy a cenar pero, qué carajo, puedo hacerlo si me apetece. Este reenganche a la obviedad me da la vida.
A veces me trabo demasiado ingeniando laberintos en los que mantener la mente ocupada cuando el tiempo acompaña y cuando no. Realmente cuando tiro de los frenos y pienso, que no son muchas veces a lo largo del año, empiezo a tomar consciencia de las tantísimas complicaciones que genero; de las tantas veces que me acomodo en la excusa de que mi alma es demasiado pesada como para dejarme llevar.
Creo que son bastantes y resistentes los mosquetones que tiran de mí hacia atrás cuando en el fondo quiero ir hacia delante, y no al revés, como mil veces pienso, que quiero ir para delante pero que lo más hondo de mí quiere ir de nuevo hacia atrás.
Así que hoy sólo puedo asumir el reto de emplear el tiempo que me queda hasta el final del día, cuando mi memoria de pez se olvide de todo esto que he acanzado a sentir, en intentar liberar todos los arneses posibles para conseguir propulsarme y zambullirme en la libertad, que es más mía que de nadie que haya pasado o pase por la poca o mucha vida que poseo.

martes, 22 de mayo de 2012

Esta lluvia de cuchillos nos está cortando el cuerpo y la mente. Se ha llevado de golpe las flores y casi todo.
Ya no sé si nos quedan semillas, ni siquiera sé si con estas llagas vamos a tener fuerza para replantar esta tierra y seguir bailando como lo hacíamos.

martes, 15 de mayo de 2012

La burbuja.
La burbuja que se hincha...
... se infla
... se infla
... se infla
...
...
...
...
... y te explota en el alma.

sábado, 14 de abril de 2012

Con las corcheas subidas en la grupa de las comisuras de mis labios, cierro los libros de los números y lo intento con las numerosas brechas que salieron en mi abril. Sangran los sabores de lo que no probé y las frutas dejan pulpa en otras lenguas: lenguas diarias, lenguas conservadoras... Lenguas que desoigo.

A galope salgo de la maceta y me ahogo en melodías que me reviven. Las flores tiemblan de frío y, sólo cuando las miro fijamente, bailan, acompañando el réquiem que, sin consentimiento, ha compuesto un corazón parcialmente alegrado por mis fracasos. El aire de mi marcha corta las barandillas del balcón donde te subí para que tan solo una brisa suficiente empujara tus miembros hacia el lugar donde queda el sumidero del olvido. Creo que caerás a plomo y explosionarán mis dientes de alegría, pero aún mantienes el equilibrio entre hierros rotos. Debió hacerme gracia dedicarte al funambulismo cuando te creé, entre cuatro neuronas sucias y embarradas con algún que otro complejo de otra vida.

Marcho, marcho... Mientras espero a que te caigas. Yo me marcho, pero tu equilibrio y tu zumo me ennegrecen. Voy a tener que galopar más rápido; azuzar las ganas de huir, observando las escenas que protagonizas. Escenas normales que se disfrazan de fantasmas sórdidos y penetran la retina, llegando al cerebro, bajando al corazón y calcinándolo todo. El humo, que es de todos los colores menos de tu favorito, porque no me da la gana, se hace sedentario entre los recovecos de los pies, arrastrándome el alma a tal velocidad que los años luz provocarán un caos en tu equilibrio y terminarás por precipitarte al submundo de los sumideros. Allí, algún día, es probable que crezcan mis flores y te eleven sólo un poco, situándote ya en el depósito de heridas infectadas cicatrizadas resueltas con doble nudo marinero.

jueves, 22 de marzo de 2012

Y es que hay que nadar. Hay que dejarse llevar por las corrientes; sentir cómo cambia la temperatura del agua en un santiamén y, ¡pop!, aparecer en otros mares. Hay que catar el plancton, perderse entre las anémonas, descubrir miles de nuevas algas, hasta las más raras, y jugar con los otros peces. Aprender a huir de los nuevos peligros y tonificar las aletas. Hay que intentar guardar todo lo vivido en la memoria, aunque sea conocido que no es demasiado buena.

Pero casi lo más importante es no tratar de volver al lugar donde has sido feliz, como les dijo Sabina a sus peces de ciudad, porque los colores que un día se almacenaron entre tus neuronas nunca serán tan brillantes como los que verás cuando regreses.

sábado, 10 de marzo de 2012

¡Que me paso la vida saltando a la pata coja, yendo de norte a sur, mareando los bajos de la falda de lado a lado!
Pero cuando le veo las orejas al lobo, entonces, y sólo entonces, me doy cuenta de que ni mis pantalones ni mis piernas dan más de sí y me quedo congelada. El lobo se aproxima, me olisquea y...

miércoles, 29 de febrero de 2012

A ti, submarinista:
Déjame burbujear. Burbujeo porque me gustas, pero si a ti no te gusta, apresura tus aletas y emerge. La esperanza de que algún día me lleves a conocer tierra en tu red está guardada entre algunos millones de pompas, así que ya estará flotando cuando llegues a la frontera con el aire.
Que tengas buen viaje de vuelta hasta el infinito, joven aventurero de las aguas.

sábado, 11 de febrero de 2012

Todo está bien... hasta que llegan.

Todo está bien hasta que ves la sombra de tus fantasmas. Vienen, eclipsando tu figura; desestabilizando tu compostura. Y tiemblas.
Tiemblas porque ves que todo se ha vuelto oscuro y que, una vez más, te han pillado con lo puesto. En en ese momento es cuando maldices no haberte puesto, o no haber sido capaz, a ingeniar la munición necesaria para ahuyentarlos y hacerlos desaparecer. Son veintiún años y sigues tropezando con la misma piedra una y otra vez.
Y, ¿qué hacer en ese recoveco temporal de temor? No puedes más que descontrolar el oleaje y dejar que se esparza la sal en cada esquina. Eso hace que incremente el olor a miedo, que te sale como vapor por todos los centímetros de la existencia, y que los fantasmas lo huelan. De este modo, ya has comprado todas las papeletas para que se acerquen a ti y se ceben. Te cogen, te zarandean, te tiran del pelo, te muerden donde saben que más te va a doler. Tus ojos, que no han parado de sudar, mojan sus vestiduras en la pelea y son siempre los que te procuran un final menos malo. Los fantasmas se esconden tras los muebles cuando sus trajes se han empapado tanto que su mala sangre se transparenta. Migran rápidamente hacia los lugares más recónditos de tu casa y permanecen allí hasta que adquieren la suficiente fuerza como para reptar por el suelo y acrecentarse ante ti.
Tú recoges los añicos de tu mirada y los guardas en los bolsillos, hasta que el tiempo, siempre impredecible, los aúna para que te la puedas volver a poner. Después, entras en un sueño muy profuso, cediendo de nuevo tu cuerpo a la luz para que reestablezca el calor corporal y te devuelva a tus días.

martes, 31 de enero de 2012

Es despeñarse. Es saber por fin por qué están las rodillas llenas de moratones si no recuerdas haberte caído.
A veces trepo muros de latidos como piedras. Me pongo mi capa de súperheroína y me aventuro. Me gusta encaramarme, unas veces poniendo los pies despacito piedra sobre piedra y otras, apresurándome tanto que a mis rodillas no les ha dado tiempo a responder cuando ya he llegado a la cima. Quizá esta segunda opción sea un poco más perjudicial para el corazón: no saboreas la experiencia. El "pum pum" acompaña en todo el proceso, y se hace más rápido cuando ya empiezas a vislumbrar el jardín del otro lado, más aún si te parece haber visto un cegador ejército de flores.

Hace poco trepé un muro, muy deprisa y convencida. Me olía a rosas y mis ojos no podían privarse de llenarse las pupilas de rojo. Aún recuerdo cuánto me oía el bombear de la sangre mientras se me olvidaban los metros que quedaban entre las suelas de mis zapatos y el jardín de este lado; de mi lado. Pie, piedra, pie, piedra... Y cada vez era más embelesador lo que mi nariz podría olfatear. Pie, piedra, pie, piedra... Y llegué hasta arriba. ¡Estaba altísima! El viento me cortaba los labios y me cerraba los ojos, pero quería hacerlo. Quería bajar con premura hacia el otro lado del muro; me moría de ganas de llenarme de pétalos el pelo y hasta las pestañas; ¡ansiaba volver a casa apestando a flores y a colores!.
La prisa me llevó a repetir el proceso, con más ilusión que nunca: pie, piedra, pie, piedra, pie... Eran velocidades incalculables, los músculos no daban abasto y la sangre se me iba a salir por los poros de tanta urgencia. Pie, piedra, pie, piedra, pie... Y sonó una sinfonía estrepitosa; una oda al caos y al imprevisto. Se me cerraron del todo los ojos y, por unos segundos, dejé de escuchar hasta el silbido de mi cuerpo al caer. Me flotaban las pestañas y se me raía el vestido con una brisa muy cortante. De pronto todo paró. El mundo volvió a darse la vuelta otra vez. Alcé la mirada y ahí estaba yo, sin un centímetro de mí que no estuviera cubierto de barro. Cuando me limpié los párpados pude ver que estaba rodeada de tierra y que las lombrices me traían una tarta de bienvenida al vecindario. Me limpie todo cuanto pude para poder sacar los pies, los brazos y el alma del aquel hoyo que me había encontrado de improviso.
Cuando me agarré a los ojos y observé todo ese tremendo jardín suspiré. Había sólo un rosal, que aún conservaba el aroma genial de las flores cuando crecen. El frío lo había reducido a un pequeño esqueleto de palos y pinchos. Me aproximé, y sentí que sus hojas me miraban el maltrecho vestido lleno de barro. Me acerqué un poco más. Los pinchos eran romos; casi tan inofensivos como los pétalos de las rosas. Me pareció una buena oportunidad para recoger una de las hojas que, en el momento exacto de mi examen al arbusto, iba a caer al suelo. Y así hice.
Me fui de nuevo hacia el muro. Volví a encaramarme, esta vez algo más triste, pero no sin la suerte de haberme llevado una parte de ese arbusto que tan bien olía, incluso desde el lado del muro que ahora tendría que bajar.

Aprendí muchas cosas. Aprendí que la urgencia no es una buena amiga, y menos cuando hay alturas de por medio. Aprendí que la ilusión es un motor innato de los cuerpos, o del mío sólo. Y comprendí que si nunca me hubiera aventurado hacia el jardín del otro lado no habría visto y tocado el efluvio que tanto me llevaba engatusando cuando miraba la altura de las piedras que lo separaban de mí.

sábado, 21 de enero de 2012

Aún no se me olvida la sonrisa de mi padre esta mañana.

La verdad es que haberse caído del guindo tan joven es una suerte, aunque a veces no lo parezca. Es el momento en el que ya tienes que empezar a andar. Las piernas pueden no estar aún preparadas para ello, pero no hay mejor estímulo que el instinto. Por este motivo, agradeczco las experiencias que hicieron que la gravedad actuase en mí tan tempranamente. Y, lo que es más importante, sentirme feliz de poder hacer camino aprendiendo tantas cosas. Aún me quedan unos cuantos cientos de miles de kilómetros por recontar, pero, aún así, ya he podido parar a repostar en la estación del sentir que siempre hay cabida para el perdón y que alejarse de los juicios te aporta la energía para los siguientes pasos firmes.