sábado, 9 de abril de 2011

Dos meses después me reafirmo en lo último que conté.

Intentando lavar este ungüento molesto me encuentro con que está más aferrado a mi piel de lo que imaginaba.
Me mina ser capaz de entregar la bolsa y la vida y ver cómo salen los beneficiados a manos llenas sin cambiar el gesto y con la calma de una babosa. Quizá el error sea esperar que se den la vuelta y, por lo menos, un guiño me devuelva una parte simbólica del botín.
En la era de la autonomía y de llevar lo propio por bandera, me sorprendo incapaz de actuar en consecuencia. El muro en el que espero a reprogramarme o a rendirme ante estas idas sin venida ya ha dejado hasta marcas en mis posaderas. ¡Se me va la vida y la arena!
A quien tenga que prometer que intento envilecer mis voluntades se lo prometeré. Y, ¡caracoles!, es hasta gracioso que tenga que ser de este modo pero, por mucho embrollo cerebral que esto me cause, como siga aguardando que mi gente colme el cupo de indiferencia, se sucederá el Game Over de la partida de mi existencia y, entonces, la cara de póquer que se me quedará esta vez sí que será insuperable.