lunes, 15 de febrero de 2016

Retorno

Quiero oler el mar y que las aguas saladas que guardo dentro de este recipiente de huesos y piel se vayan al encuentro de sus homólogas almacenadas en el océano. Quiero hundir mis pies en la arena y que la dificultad de caminar me haga ser consciente de cada paso. Quiero levantar la mirada y sólo ver un infinito impreciso de agua y aire, sólo. En la playa, quiero detener la marcha, sentarme sobre la arena con las piernas cruzadas, cerrar los ojos y escuchar: escuchar los ruidos, cambiar los gorriones por las gaviotas; los coches por las olas.

Quiero entonces pensar que puedo dejar de pensar y dedicarme sólo a sentir. A sentir que soy, a sentir que estoy; a sentirme parte de la tierra y a la tierra parte de mí. Quiero respirar; que el aire húmedo y limpio entre por mi nariz, atraviese mi laringe, descienda por mi tráquea, abra mis bronquios, despierte a mis alvéolos y le dé vida a mi sangre. Quiero que esa sangre después dilate mis poros, y que así las sensaciones puedan penetrar más fácilmente mis barreras y pasearse por mi alma, como una brisa fresca girando alrededor del pecho. Quiero que mi corazón se aligere y levite; que vuele y que quiera; que ame y amarlo; que me ame y amarme.

Quiero el retorno al origen de este pez infinito, y hacerlo eterno, aunque sólo sea en mi memoria cada día. El pez es lo que es porque es, porque siente, porque piensa y porque hace, y no por lo que es, por lo que siente, por lo que piensa o por lo que hace.