jueves, 29 de mayo de 2014

Y/O

Cuando, después de llevar meses estudiando sin hacer otra cosa, te regalas una tarde y te parece todo mucho más deplorable que cuando estás cambiando tus horas sueño por los libros, me preocupa. Normalmente siempre aprovecho mi tiempo libre como si fuera a morir mañana, pero querer meterte en la cama para no pensar y sólo dormir es algo insólito, y hace que me cuestione el tamaño de la parte sumergida de mi iceberg.

Estoy estancada sin moverme del mismo punto desde hace dos años. El perro del hortelano de pronto ha sido mi ejemplo a seguir: ni como, ni dejo comer. No creo que eso a nadie le pueda llegar a hacer feliz, pero desde luego a mí ni por asomo. Soy consciente de que la solución a los problemas que se acontecen está dentro de uno mismo, de que uno es el responsable pero también el propio destinatario de sus actos y de que nadie puede arreglarte la vida sino eres tú mismo. Y en este caso no sé si es que no tengo la lección lo suficientemente aprendida o es que hay algo más impidiéndome atajar el problema con éxito. Es una cuestión de tomarlo o dejarlo, quererlo o no quererlo, aquí y ahora. Pero ni lo quiero dejar ni lo quiero siempre. Y en cuanto lo siento lejos, me llevan los demonios y lo necesito. No es como una droga, porque no tengo ese interés creciente por ello cada día más y más, sino más bien el Y sin embargo de Sabina:

Y me envenenan los besos que voy dando 
Y sin embargo cuando duermo sin ti 
Contigo sueño, 
Y con todas si duermes a mi lado, 
Y si te vas me voy por los tejados 
Como un gato sin dueño 
Perdido en el pañuelo de amargura 
Que empaña sin mancharla tu hermosura. 

Y vayamos a los típicos tópicos -que si lo son es porque algo tienen de cierto-: en la vida hay que elegir. Es una obligación, no una opción. No se puede dejar uno llevar tanto. Son lentejas: las tomas o las dejas. Con la teoría cuasi clara, estoy buscando el lugar donde se encuentra el sótano de mis miedos, con ánimo de hacer una limpieza y poder tachar esa tarea de la lista de las pendientes, y así poder avanzar. Creo saber qué es lo que puedo encontrarme allí abajo, tengo recuerdo de alguna de las cosas que enterré, pero no sé en qué condiciones estarán. No sé qué material tengo que utilizar para limpiarlas, ni siquiera si voy a tener fuerza para meterlas en las bolsas de basura. Hagamos inventario: miedo al rechazo, miedo a la soledad, miedo a los juicios...
Toda esta porquería acumulada es lo que me está alejando de decantar la balanza hacia un lado o hacia el otro, o al menos es la única explicación que le doy a toda esta incertidumbre. Lo que a veces no pienso es que si hay alguien que me juzga en esta vida, sin duda la que más lo hace soy yo, si alguien se aísla soy yo y si alguien me rechaza vuelvo a ser yo. Pero así, y poco a poco sin darme cuenta, entro en la espiral del yo: yo lo he hecho mal, yo me juzgo, yo sufro. Egotismo puro y duro.

¿Será quizá eso lo que hay en el fondo de toda esta trama: demasiado "yo"?