Habiendo
virado la mente hacia el polo positivo, intento que los ochomiles se
conviertan en retos y dejen de ser problemas. A nadie le hace gracia
encontrarse con el K2 después de volver de patear por las dehesas,
pero de nada sirve quedarse abajo llorando al no ver la cima. Toca
quitarse las chanclas, ponerse las botas y las ganas, y sobre todo
creer que voy a llegar. Para bien o para mal ya he catado unos
cuantos aludes en estos veintitrés años, de modo que sólo debo
recordar la experiencia y aplicar las técnicas de supervivencia
aprendidas: calma, paciencia, sabiduría y aceptación. Es difícil
-y ahí está el reto- recordar las pautas cuando acecha el peligro;
a fin de cuentas las emociones alteran la razón cuando vienen
pisando fuerte. Pero no queda otra. Supongo que después de
enfrentarme a esto seguiré viva y seré mucho más fuerte. También
sabré más. Intentaré que no se me olvide lo vivido y así
podérselo comunicar a mis hijos para que sean unos buenos
alpinistas. También intentaré no ser yo la que los exponga a
semejantes retos.
En resumen, quiero culminar el K2. Tengo que hacerlo, creo que puedo hacerlo y voy a hacerlo. Me cueste el tiempo que me cueste. Es mi meta. No veo la cima pero me la estoy imaginando. Empecemos: izquierda, derecha... Izquierda, derecha...