sábado, 21 de enero de 2012

Aún no se me olvida la sonrisa de mi padre esta mañana.

La verdad es que haberse caído del guindo tan joven es una suerte, aunque a veces no lo parezca. Es el momento en el que ya tienes que empezar a andar. Las piernas pueden no estar aún preparadas para ello, pero no hay mejor estímulo que el instinto. Por este motivo, agradeczco las experiencias que hicieron que la gravedad actuase en mí tan tempranamente. Y, lo que es más importante, sentirme feliz de poder hacer camino aprendiendo tantas cosas. Aún me quedan unos cuantos cientos de miles de kilómetros por recontar, pero, aún así, ya he podido parar a repostar en la estación del sentir que siempre hay cabida para el perdón y que alejarse de los juicios te aporta la energía para los siguientes pasos firmes.

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo, cuanto antes se caiga uno del guindo antes empieza a mover los pies por su cuenta y a elegir su propio camino.

    Siempre se aprende de todo, de lo malo y de lo bueno. El tiempo nos hace más sabios, y hasta saber perdonar se aprende con el tiempo.

    Un abrazo, como siempre infinito.

    ResponderEliminar