domingo, 18 de octubre de 2009

Creo en la casualidad, pero creo en la suerte y en el destino. Quizá sea por un exceso de carga en el polo de carga negativa. Y puede ser que las pilas se estén gastando por eso. Cuando se acaba el más, siempre viene el menos.

domingo, 11 de octubre de 2009

Siempre me aturulla la sobreexplotación del término "corazón". Más que un órgano vital parece un anuncio de Coca-cola; algo que te encuentras en todas partes y lugares, desde Mali hasta Noruega. Pero hoy siento la necesidad de exprimirlo, como hacen todos los cantantes de rima fácil y canciones malvendidas en Los 40.
Me duele el corazón dieciséis horas al día, y eso significa 5840 horas de dolor en el pecho al año, y 5856 en años bisiestos. Aunque parezca increíble, no es el inicio de otro gran éxito radiofónico, es la descripción de la sensación de tener el centro neurálgico de los acontecimientos, no sólo biológicos, situado ahí. Todo lo que me ocurre, me pasa ahí. El universo me pasa ahí, y yo me paso ahí también. De hecho, hasta el miocardio está cansado de aguantarme las estrellas.
Esto viene a colación de la sensación de tensión sistólica que me ha producido el leer nombres, ver fotos y sacar unas conclusiones sanguíneas que me impiden operar con normalidad. Esta sensación ha derivado en un tropiezo de mi propia vida. Al ser el corazón mi universo -vuelvo a asegurar no ser una cantante de poca monta- y mi universo ser mi vida, ésta está transcurriendo dando una serie de trompicones notables en el día de hoy.
Ya no sé cómo seguir el texto, por muchas vueltas que le estoy dando y mucho morderme el labio de abajo en busca de concentración y de inspiración. Supongo que será otro trompicón.
A veces, los mensajes gélidos e inmortales de las señoritas de las compañías telefónicas son más sabios de lo que creemos, y más rápidos que las mentes de los demás mortales. Te previenen de auténticas catástrofes situacionales.
Sin embargo, aún queda resolver el caso de los aviso de llamada.

viernes, 2 de octubre de 2009

Viendo cómo los amores se despiden; cómo un corazón se marcha a Argentina y unos ojos grandes lo esperan en España, he sentido cómo se me iba el chico de los ojos verdes y la guitarra azul.
Me regocijo ante el carácter ficticio del sentimiento y apunto en una agenda infinita:
Decirle que no se vaya, y que mi síndrome de Estocolmo ha venido para quedarse.

jueves, 1 de octubre de 2009