jueves, 22 de marzo de 2012

Y es que hay que nadar. Hay que dejarse llevar por las corrientes; sentir cómo cambia la temperatura del agua en un santiamén y, ¡pop!, aparecer en otros mares. Hay que catar el plancton, perderse entre las anémonas, descubrir miles de nuevas algas, hasta las más raras, y jugar con los otros peces. Aprender a huir de los nuevos peligros y tonificar las aletas. Hay que intentar guardar todo lo vivido en la memoria, aunque sea conocido que no es demasiado buena.

Pero casi lo más importante es no tratar de volver al lugar donde has sido feliz, como les dijo Sabina a sus peces de ciudad, porque los colores que un día se almacenaron entre tus neuronas nunca serán tan brillantes como los que verás cuando regreses.

sábado, 10 de marzo de 2012

¡Que me paso la vida saltando a la pata coja, yendo de norte a sur, mareando los bajos de la falda de lado a lado!
Pero cuando le veo las orejas al lobo, entonces, y sólo entonces, me doy cuenta de que ni mis pantalones ni mis piernas dan más de sí y me quedo congelada. El lobo se aproxima, me olisquea y...