sábado, 27 de octubre de 2012

¿Katarsis?

Después de haber tenido las puertas entreabiertas y del mismo modo la heridas,  hasta ahora sólo raspones en el alma, me he dado de bruces con el instante. Me he estampado contra el momento de cerrar las puertas y de abrir las heridas. Hasta hoy sólo había sentido un leve dolor, un humedecimiento de los ojos sin escape lagrimal.

Ha sido en un determinado momento de este día cuando he visto que la sangre empezaba a resbalar por la piel sana, descendiendo hacia el suelo, allá por donde he empezado a tener el ánimo esparcido. Aún recuerdo los portazos, que todavía resuenan en mis cavidades, espantando al corazón y atemorizando al cerebro.

Pero ése es el destino para el que he comprado el ticket y debo asumirlo, cuanto antes. Toda la brevedad con la que se produzca mi familiaridad con la situación será con la que llegue mi aprendizaje, la piedra angular de mis procesos y, por tanto, de la vida que me ocupa en este tiempo.

jueves, 18 de octubre de 2012

Katarsis

Quiero quemar muchas etapas, tantas como hagan falta para que nuestros cuerpos tiren de nosotros con destino al infinito. Y no sabes cómo lo quiero.

De momento, aquí empieza a oler a gasolina y la chispa adecuada está a punto de precipitar. Lo bueno es que al menos es invierno y la fogata será bien acogida por mi cuerpo, cada vez más elemental y desnudo.

lunes, 15 de octubre de 2012

Y hoy el cielo que anunciaba la tormenta galáctica ha dejado lluvia, meteoritos y ha amenazado con apagarme la estrella.
Pero he sobrevivido. Ahora sólo tengo que vivir, aun con la ropa un poco más mojada y el alma llena de cráteres.

domingo, 14 de octubre de 2012

Es el tiempo de las sangrías voluntarias. Es una necesidad fisiológica de dejar la sangre salir pausadamente, arrastrando toda la mierda que acumula y ha acumulado.

Es sumegirme en el error sabiendo que me estoy equivocando y sufrir por ello. Es ver cómo las situaciones en las que deseo meterme se vuelven en mi contra y me apalean el alma.

Es entregarme a la violencia de mis propios espíritus. Es ponerles una mejilla, la otra, un brazo, el cráneo y todos los centímetros de mi cuerpo para que desencadenen su ira libremente.

Es, más que nada, la necesidad de sufrirme para entender cómo me sufren los demás.

viernes, 12 de octubre de 2012

El castañero al que esclavicé en mi puesto de castañas tenía las manos tan maltrechas que apenas podría soportar el frío del invierno venidero a pie de calle.
Mi puesto, mis castañas... ¿Por qué no usé mis manos?

Ahora descansa, castañero. Al calor de esta lumbre, sólo puedo decirte que te invitaré a un té infinito, cuando consiga limpiar mi alma de todo el señorío ahí aposentado y que, como a ti, me ha hecho esclava de mí.