sábado, 14 de abril de 2012

Con las corcheas subidas en la grupa de las comisuras de mis labios, cierro los libros de los números y lo intento con las numerosas brechas que salieron en mi abril. Sangran los sabores de lo que no probé y las frutas dejan pulpa en otras lenguas: lenguas diarias, lenguas conservadoras... Lenguas que desoigo.

A galope salgo de la maceta y me ahogo en melodías que me reviven. Las flores tiemblan de frío y, sólo cuando las miro fijamente, bailan, acompañando el réquiem que, sin consentimiento, ha compuesto un corazón parcialmente alegrado por mis fracasos. El aire de mi marcha corta las barandillas del balcón donde te subí para que tan solo una brisa suficiente empujara tus miembros hacia el lugar donde queda el sumidero del olvido. Creo que caerás a plomo y explosionarán mis dientes de alegría, pero aún mantienes el equilibrio entre hierros rotos. Debió hacerme gracia dedicarte al funambulismo cuando te creé, entre cuatro neuronas sucias y embarradas con algún que otro complejo de otra vida.

Marcho, marcho... Mientras espero a que te caigas. Yo me marcho, pero tu equilibrio y tu zumo me ennegrecen. Voy a tener que galopar más rápido; azuzar las ganas de huir, observando las escenas que protagonizas. Escenas normales que se disfrazan de fantasmas sórdidos y penetran la retina, llegando al cerebro, bajando al corazón y calcinándolo todo. El humo, que es de todos los colores menos de tu favorito, porque no me da la gana, se hace sedentario entre los recovecos de los pies, arrastrándome el alma a tal velocidad que los años luz provocarán un caos en tu equilibrio y terminarás por precipitarte al submundo de los sumideros. Allí, algún día, es probable que crezcan mis flores y te eleven sólo un poco, situándote ya en el depósito de heridas infectadas cicatrizadas resueltas con doble nudo marinero.