Se acaba el año y éste es el primero que me surge hacer un balance, concluyendo que probablemente sea el año en el que más balanceo ha habido en cuanto a acontecimientos y sentimientos. Tanto es así, que oficialmente puedo admitir que ya he llegado a desconocerme por completo. Me he desinventado, me he desengañado de mí misma y me he soltado de todas las cornisas a las que me aferraba. Quiero pensar que en realidad tengo mucha suerte por haber alcanzado este punto, ya que el universo se me abre a cualquier cosa y sobre todo viene para quedarse una temporada la capacidad de sorprenderme a mí misma. En el proceso de destruir para reconstruir, hoy quizá podría considerarme en el zénit de la deconstrucción.
No voy a hacerme la dura y a no admitir que este proceso tiene un lado oscuro que me atere. El miedo y la angustia vienen a alimentarse de la calma cuando las excavadoras, exhaustas de trabajar a destajo en el derrumbe de mis cimientos, se van a dormir, y aquéllos traen un frío helador que me duerme los pies y no me deja conciliar el sueño. Pero, por suerte, la repetición sin tregua de estos episodios de temperaturas bajo cero en esta cama me ha servido para proveerme de mantas y otros artilugios caloríficos que ayudan a que el insomnio cada día dure un poco menos.
Intentando resumir el año de la manera más fiel a lo ocurrido, afirmo: SANDRA se ha transformado en S - A - N - D - R - A. Y a pesar de todo el hielo y de toda la desorientación en este cosmos, pienso que quizá es hasta bonito encarar el año nuevo encargándole al arquitecto del azar mi nueva residencia, céntrica y con vistas a mi universo en expansión.