lunes, 28 de diciembre de 2015

Balance

Más que un pulpo en un garaje. Más que una gamba en el desierto. Me refugio en la hilaridad del refranero para restarle hierro al hecho de estar más perdida que nunca. 

Se acaba el año y éste es el primero que me surge hacer un balance, concluyendo que probablemente sea el año en el que más balanceo ha habido en cuanto a acontecimientos y sentimientos. Tanto es así, que oficialmente puedo admitir que ya he llegado a desconocerme por completo. Me he desinventado, me he desengañado de mí misma y me he soltado de todas las cornisas a las que me aferraba. Quiero pensar que en realidad tengo mucha suerte por haber alcanzado este punto, ya que el universo se me abre a cualquier cosa y sobre todo viene para quedarse una temporada la capacidad de sorprenderme a mí misma. En el proceso de destruir para reconstruir, hoy quizá podría considerarme en el zénit de la deconstrucción.

No voy a hacerme la dura y a no admitir que este proceso tiene un lado oscuro que me atere. El miedo y la angustia vienen a alimentarse de la calma cuando las excavadoras, exhaustas de trabajar a destajo en el derrumbe de mis cimientos, se van a dormir, y aquéllos traen un frío helador que me duerme los pies y no me deja conciliar el sueño. Pero, por suerte, la repetición sin tregua de estos episodios de temperaturas bajo cero en esta cama me ha servido para proveerme de mantas y otros artilugios caloríficos que ayudan a que el insomnio cada día dure un poco menos. 

Intentando resumir el año de la manera más fiel a lo ocurrido, afirmo: SANDRA se ha transformado en S - A - N - D - R - A. Y a pesar de todo el hielo y de toda la desorientación en este cosmos, pienso que quizá es hasta bonito encarar el año nuevo encargándole al arquitecto del azar mi nueva residencia, céntrica y con vistas a mi universo en expansión.  

martes, 8 de diciembre de 2015

La línea, los idiotas y el consuelo

Hablemos de esa delgada línea que separa la intrepidez y el ser echao pa'alante de la pérdida del autorrespeto y el desamor propio presos de la urgencia. 

Qué bueno sería poder parar los relojes una vez identificada la división para no hacer nada de lo que te puedas arrepentir y no dejar de hacer algo que te haga arrepentirte de no haberlo hecho. Sería algo así como quedarse quitecita flotando en la consciencia de que existe esa línea e irse convenciendo poco a poco de que la inmovilidad  es la opción más sabia y algo que vas a agradecer eternamente una vez pasado el momento cumbre. Se trataría de transformar las ganas, tan incandescentes que te queman por dentro centímetro a centímetro, en toneladas de sal que favorezcan la flotación y eviten que te hundas mientras esperas que pase el tiempo. 

Esto, para los que vivimos viviendo con el motor en primera, es jodidamente difícil, pero supongo que constituye un epígrafe importante del Manual del quererse bien

Y, como no podría ser de otra manera, esta reflexión surge de una cagada precedente. La típica cagada que no es tan gorda como para dejarte tirada en la cuneta de la vida durante unas semanas, pero sí lo suficientemente importante para generar un disconfort reiterativo en los días posteriores a haberse producido. Así que, una vez más, toca apretarse los machos, levantar la cabeza y, aún con la cara colorada, darle los buenos días al presente nuevo, porque habrás vuelto a actuar como una idiota, pero ya eres una idiota con un poco más de experiencia, que eso siempre consuela.