viernes, 1 de julio de 2011

Creo que es el agujero más negro y más grande en materia emocional, y estoy al borde, en la orilla, pescando o intentando pescar paz mental. Este agujero aumenta su tamaño algorítmicamente y no sé si es que no lo sé o no quiero ser consciente del peligro.
Junio me llevó a soltar varios anclajes, y accediste a dar el visto bueno a voleteos. Ahora tiemblo por tu integridad y mi tripa, que no entiende de cambios, no hace más que disparar la señal de alerta en mi cerebro.
He puesto verbos en todas las esquinas de mis sentimientos y no encuentro vocablos nuevos que regalarte cuando te huelen los ojos a marejada. Así, me acurruco en un silencio urticante que me hace sentir culpable hasta límites inalcanzables mientras tus sonidos no hacen más que acuchillarme el miocardio, sucediéndose una riada profunda que derriba los únicos vestigios de seguridad que albergo.
Natural y obviamente, no te culpo. Te comprendo, pero aquello de no poder romper mi no-habla me mina absolutamente en un momento en que, de veras, te estoy queriendo más que nunca. Estoy recogiendo del anzuelo los pedazos de ilusión que había perdido, los retazos de atracción y las migas de sexo que se me habían extraviado en algún punto del tiempo.
Me parecería mágico que tus eclipses situacionales te dieran tregua y permiso para poder tocar el terciopelo renovado del renovado tú que siento dentro, pero soy consciente del factor de la imposibilidad y de su papel en estos días.

Quizá la responsabilidad de que puedas elegir es como tener una pistola en la cabeza, y tenga que ser yo la que establezca el futuro de este viaje.

Con el aura encogida y estrujando la poca o mucha pureza de mi existencia imploro la calma de tus aguas, y todo lo demás es lo de menos.