jueves, 10 de junio de 2010

El pobre pez se podría llevar el premio al blog más desesperado de todos, pero la exhaustividad del intento reiterado es lo que prima en su negra existencia.
La objetividad me conduce por lo caminos del tiempo y del espacio, al contrario de lo que puede parecer. No es el pesimismo extremo el que consume mi gasolina.
Hoy en día las ideas claras rozan la venta en el mercado negro, por su escasez y desbocado valor. Y me sabe a huevos podridos el custodiar una y alimentarla todos los días con la sangre de mi sudor, para que se quede en una mera sensación o pensamiento en código emocional. Entiendo qué pasa con el esfuerzo, pero no lo que pasa con la suerte. Cada día es una ardua batalla contra las circunstancias, y aun derrochando toda mi energía diariamente, sigo empuñando con orgullo y valor mi llave a la felicidad. Llegado el momento justo del año para abrir la cerradura de la satisfacción, de pronto me encuentro con viles cerrajeros conscientes de cuál es por la que sigo batiéndome en duelo con los días y no reparan en mostrármela. Después de contemplarla, se la pasan de mano en mano hasta que la hacen desparecer lejos de mi alcance, queriendo dar salida a otros muchos cerrojos que nada tienen que ver con mi llave.
Este mes toca ver cómo todo vuelve a irse al garete de nuevo, y encajar que aún quedan trescientas sesenta y cinco batallas por delante hasta volver a ver a la suerte que no entiende de mis esfuerzos. Hoy, y visto todo esto, mi armadura de los jueves está estática en frente de mi cama, y yo en pijama redacto mi tratado de paz.