miércoles, 26 de octubre de 2016

Be water

El agua nunca fluye hacia arriba de la montaña.

Sentada en el filo de la quietud observo el río, y voy dejando que se aburran mis prisas por alterar el ritmo de las cosas. Respiro de la brisa de un aire nuevo. Cierro los ojos. Cierro las puertas de mi juicio. Me sube por los pies una agradable sensación de calma y se me cuela en el pecho un sentimiento de amor impoluto hacia no sé muy bien qué, quizá a la vida. Sigo respirando, feliz, con los ojos aún cerrados y medio cerebro en pausa. Oigo el agua y la imagino al fluir. Me dejo llevar.

Hoy sólo sé que soltar las riendas y dejar que mi presente desbocado retoce hace brotar en mí la esperanza más grande que he sentido nunca. Esperanza de que mi cabeza loca, controladora y tendente a incurrir en los mismos errores frutos de la prisa, quede relegada a un segundo plano gracias al empoderamiento de mi confianza en la salubridad de un libre devenir, sea cual sea el punto de destino.

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