El mundo es de los valientes, dicen. Y yo digo que el mundo es de los coherentes. De los coherentes consigo mismos: con sus sentimientos, con sus pensamientos y con sus principios, y de los coherentes con las vidas de alrededor. En la coherencia reside la potencialidad para ser valiente, para ser honesto y para ser feliz -por muy amplio que sea ese último concepto como para usarlo con tanta ligereza-.
Los instintos primitivos cuando logran retorcernos las entrañas es que algo tratan de decirnos y, lejos de alejarnos de la coherencia, siento que nos acercan a ella. Esas pasiones desbocadas que hacen tambalear nuestros esquemas mentales son una señal de que hay peligro de derrumbe, bien en un futuro cercano o en uno un poco más lejano, pero decretan la alerta en cualquier caso. El "ser coherente" socialmente extendido nos invitaría a poner toda esa inquietud intrínseca al servicio de nuestro cerebro, controlador, "responsable"y regulador de la concordancia de los acontecimientos con nuestros planes y estrategias, quien la acallaría y la escondería en un cofre en las profundidades de nuestra cajita de pensar.
Iluso cerebro e ilusos nosotros que pensamos que todo lo que hay escondido en el fondo deja de vibrar, de palpitar y de ser. Como si fuera un gas en ebullición, todo ese contenido reprimido de manera automática en el cofre algún día puede dinamitar el contenedor y volar por los aires todos nuestras construcciones mentales, ésas que algún día creamos por miedo a la inseguridad. Y ese día, además de terminar sepultados bajo todo ese amasijo de ficción, se nos caerá un trocito de mundo encima cuando veamos que somos inefectivos programando estrategias y otro trocito de mundo encima al ver que la vida nos ha puesto de nuevo en la casilla de salida.
Por todo ello, creo que rehuir de los instintos a favor de hacer perdurar un plan creado artificialmente es incoherencia, hija del miedo que nos asola. En cuestión de sentimientos, no hay verdad más inteligible y plausible que la que nos susurran nuestras moléculas. Desoír ese zumbido corre de la cuenta de cada uno, pero no hay que perder de vista que, a veces, hacerse el sordo sale mucho más caro que invertir en reformas para adaptar la realidad a nuestra realidad de piel para adentro.
Por todo ello, creo que rehuir de los instintos a favor de hacer perdurar un plan creado artificialmente es incoherencia, hija del miedo que nos asola. En cuestión de sentimientos, no hay verdad más inteligible y plausible que la que nos susurran nuestras moléculas. Desoír ese zumbido corre de la cuenta de cada uno, pero no hay que perder de vista que, a veces, hacerse el sordo sale mucho más caro que invertir en reformas para adaptar la realidad a nuestra realidad de piel para adentro.
De un tiempo a esta parte tengo una serie de pensamientos extraños (qué novedad...) imagino mi vida como si se me hubiera escapado un globo de helio y me pasara la vida saltando de tejado en tejado intentando atraparlo de nuevo. Como no nací para ser atleta eso me ha ocasionado más de una torcedura y alguna que otra caída importante, sin darme cuenta de que el globo va perdiendo helio y bajando nuevamente al suelo hasta que finalmente vuelve a posarse...
ResponderEliminarEsto en mi cabeza ha cobrado todo el sentido: tal vez a veces hay que esperar a que se produzcan los acontecimientos adecuados para que sea el momento de ir a por ello sin lastimarse.
Al final todo acaba sucediendo de una forma u otra. Y ya podemos tramar lo que queramos, que si no es el momento, no es el momento y nos daremos de bruces contra el mundo.
Por cierto, el otro día encontré el globo en el suelo y ya no sabía qué hacer con él. Ni siquiera quería el globo para nada...
Salud y abrazos.
Perfecta descripción la tuya de la cara oculta de mi reflexión.
EliminarNo puedo estar más de acuerdo contigo. Había omitido las referencias a la paciencia y el buen fluir de los acontecimientos presa de la urgencia por darle correspondencia a mi sentir, pero bien sé que dentro de un tiempo, cuando esta historia ya esté momificada, aparecerá el globo y, como tú, ya no sabré qué hacer con él.
Como cada vez: gracias por pasar por aquí. Es un placer siempre.
Besos.