lunes, 27 de marzo de 2017

Una casa con flores

Yo quiero una casa con flores.
Quiero una casa con una sala de estar a la que se entre por un pasillo de ser.
Quiero una casa en la que la ropa huela a hogar y la piel se vista de salud y de vida. Una casa en la que pueda reír, llorar por exceso o por defecto, blasfemar, ensalzar nuestra condición de vivos, querer, amar, dormir y agradecerlo todo.
Quiero una casa cerca; al lado de lo que nunca se puede tener lejos.
Quiero una casa que irradie calor ya desde el mismo felpudo. Quiero que me tiemblen las manos de ganas -y no de desgana- cada vez que se apresuren para encajar la llave en la cerradura. Quiero que la puerta se abra hacia la libertad.
Quiero que mi casa esté colmada de amor; que el futuro, siempre a favor de nuestro bien personal sea cual sea el punto de destino, trepe por las paredes como la madreselva y envuelva nuestras estancias. Las hojas verdes serán reflejo de lo vivo y lo que permanece, y las flores asumirán el encargo de formar las constelaciones estelares que nos iluminen los días y nos mantengan orientados en espacio, tiempo y persona. Quiero regar la madreselva contigo, seas tú quien quiera que seas, que quieres tan fuerte y bonito a mi futuro como yo quiero al tuyo -a veces no sé cuál es cuál-.

La calma de las montañas me cura muchas mareas pero levanta tempestades que ya no encuentran su sitio aquí. Cerraré los ojos, respiraré de este aire que dicen bueno para la salud y aprovecharé el tiempo que resta en este lugar tan cerca del horizonte para elegir cómo decorar mi casa: con flores, contigo o, mejor, con los dos.

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